El viento de septiembre comenzó
soplando fuerte. Busco pero ya no encuentro mis recuerdos que tengo de
nosotros, cuando una sonrisa del alma me regalaste, cuando entre tus brazos me
alzaste para hacerme volar y cuando sin esfuerzo te despediste de mi con un
beso y un saludo de las buenas noches o un cuento; parece que esos momentos no
hubieran sucedido porque de mi mente se fueron extinguiendo en cada noche, en
cada invierno nuevo sin mirarme a los ojos desabrigados, y hoy hay tanta nieve
que ni siquiera iría a buscar esos momentos a quien quizá los tenga guardados
en sus cajones más lejanos, tenuemente dorados, la luna menguante que te dio el
sentido y que siempre brillará por ti, la testigo de tu abrazo, la única que
logró entrever tu alma cuando un día te olvidaste de tus vergüenzas. Que un día
doloroso yo también al olvidar las mías pude entrever y escuchar que me
querías; aunque ya lo sabía, creo que fue el único momento que te vi llorar, y
descubrir que algo de mí esperabas, algo que ya no es ni será así, y que yo
tampoco lo que de ti esperaba lo tendré, ni ahora ya lo esperaré.
¿De qué sirvió entre tanta nieve
un día gritar al cielo y avalancharme confesando lo que siento? Tratando de
derretir el frío que nos divide, aunque lo querías, ¿De qué? Si hoy el viento
sopla fuerte, sopla fuerte.
Me has cuidado por pudor de
abrazarme, me has ayudado, llevado, defendido, regalado, como un símbolo
secundario que representaba tu interior verdadero, y alcanzaba, sí, mientras
reía y jugaba, y después ya no alcanzaba, no, mientras estudiaba y cantaba,
pero te entendía, comprendía tu pasado tal vez como justificación de ese vacío
en el que a veces me caía pero que mi almohada amortiguaba para no dañarme,
pero después ya no entendía, ya no alcanzaba de nuevo, y ¿De que sirvió
avalancharme hacia tu corazón? Este viento sopla más fuerte, aún puedo hablar
contigo de las noticias, de la historia del mundo y de muchas otras cosas que
siguen remplazando lo que nunca hablamos, tras al mismo tiempo nuestros
corazones hablan en silencio inaudito, invisible, incoloro sentimiento.
Somos como dos personas que nada
tienen que ver, somos el perfecto contraste entre sí, no complementario sino
opuesto, un espejo que refleja lo que uno no quiere ver de sí y se cambia de
ropa, o de peinado para salir.
No me arrepiento desde la última
vez que te miré a los ojos y te hablé de frente aunque no bastaba, porque grité
a las montañas de tu alma un “te amo” que tímido y recíprocamente en tu eco me
respondió, al cual agarré fuertemente como el manojo de la calesita en mi mano,
para fundirme alegremente en la esperanza de una nueva vuelta. Y eso hoy, tal
vez, me alcanza, para seguir contra este viento frío que se calmará cuando asome
nuestra primavera que está tardando a la añoranza que a su vez está olvidándose
de lo que sueña, de sus rencores, pero no aún de una nueva vez...
Fernando Grécò 3/9/12